CAÑAVERALEJO

A Cali, ese sueño atravesado por un río, como describió a la ciudad el poeta Eduardo Carranza, le faltaba una gran plaza de toros para abrigar a los miles de aficionados taurinos que se venían reuniendo en circos de madera y guadua, desde los últimos días del siglo XIX. Por lo mismo, un grupo de visionarios se dio a la tarea de darle a la ciudad la Copa Champanera, hoy declarada Bien de Interés Cultural de la Nación.


Aquellos quijotes que se dieron a la labor de darle una plaza de toros a Cali, fueron, entre otros: Ernesto González Piedrahíta, Abraham Domínguez y José María Estela. Eran ellos los ganaderos de lidia, que, junto a un grupo de personas de la sociedad del Valle del Cauca como Joaquín Paz Borrero, Álvaro Lloreda, Germán Tafur, Eduardo Buenaventura y más 73 accionistas, firmaron la escritura pública en la que se constituyó la Sociedad Plaza de Toros de Cali S.A. y en la que se prometieron darle una plaza de toros, hecha en cemento, a su ciudad.

Prueba de resistencia y primer paseíllo en Cañaveralejo


Levantar aquella copa champanera, sin columnas como apoyo vertical en su estructura, resultó todo un desafío. Pero ahí estaba el arquitecto caleño, radicado en Bogotá, Julián Guerrero Borrero, recién graduado, junto a su colega Jaime Camacho Fajardo, para hacer realidad lo que en los planos habían dibujado. Tras dos años de trabajos, y de pasar de la imaginación al concreto, miles de aficionados llegaron el 28 de diciembre de 1957 a presenciar la inauguración de la gran obra, a la que algunos vieron la forma de un inmenso canasto. La plaza prometida llegó para quedarse y romper récords, el primero, ser la plaza, con espacio para 17 mil espectadores, más grande de Colombia. Luego llegarían otras marcas. Aquel 28 de diciembre hicieron el paseíllo Joselillo de Colombia, Joaquín Bernardó y Gregorio Sánchez, antes de enfrentarse a toros de Clara sierra. Fue la corrida de toros que marcó el inicio de la Feria Taurina de Cali que este año celebrará su versión 67.